segunda-feira, 21 de dezembro de 2009

CRÓNICA PARA UN ANGEL





CRÓNICA PARA UN ANGEL


Se acaba el año. Los días son largos y soleados. Las mujeres exhiben vanidosamente la piel bronceada. Es verano. Las noches están más atrayentes, iluminadas por miles de luces de colores y adornos para todos los gustos. Los árboles extienden los brazos para ser, también, adornados, contribuyendo aún más a este clima de fiesta. En fin, no hay duda de que esta es la mejor época del año.
Aprovecho la ocasión y me entrego, sin condiciones o reservas, al Cristo que está buscando lugar para nacer. Ofrezco mi humilde manjar y aguardo a que el Ángel Gabriel entre por la puerta saludando: «Ave, llena de gracia, el Señor es contigo».
Por el contrario, por la puerta que dejé entreabierta (imprudente que soy) entra un chico, de los alrededores de aquí, pidiendo dinero prestado para comprar gas. ¡Ah, no es la primera vez que hace eso, apuesto a que el dinero no es para gas! Piensa que me engaña. Días atrás, cuando estaba blanda de corazón, le di dinero y le acostumbré mal, ya está aquí otra vez. Es así como se transforman en pillos. Por causa de esas limosnas contribuimos a la formación de un futuro marginal. «Sólo unas monedas, tía», insiste. ¡Chico insistente! «¡Permíteme, por favor! ¡Que esta crónica es para un ángel!»
El siguiente que llegó fue un anciano. Tenía las vestimentas sucias y olía mal. Otros, que le acompañaban, pararon en las casas vecinas. Necesitaban un pequeño lugar para tomar un baño, tal vez un vaso de leche caliente, un cariño... Pero, sabe..., mi casa no es tan grande, ellos son hasta un número razonable, no podría acomodarlos aquí... «¿Ni por pocos instantes?», sabe..., hoy en día la gente oye cada cosa, de mendigos que matan a mujeres y niños, mejor no arriesgarse. Les enseño el camino del albergue que queda a unos cinco kilómetros. Un poco lejos, pero están acostumbrados a caminar, llegan inmediatamente.
Déjame concentrarme en mis oraciones, quién sabe si el ángel aparece. Ordeno los adornos del árbol, compongo la decoración, quiero todo impecable. Seguramente, Jesús quedará contento. ¡Bien servido, bien honrado, claramente, explícitamente! ¡Espero que los mendigos no aparezcan más empujando la puerta, pidiendo de todo!

Y no aparecieron. Quien llegó fue aquel muchacho hijo de Marcia. La propia madre le expulsó de casa. Hace algún tiempo empezó a andar con malas compañías, se envolvió con drogas y ahora se dice arrepentido. ¿Lo creen? Ni yo. Dice que necesita un lugar para pasar la noche. Apuesto a que está en una situación embarazosa y ahora está huyendo de la policía. Claro que no voy a ceder. Ni incluso delante de aquélla larga mirada y de aquellos ojitos verdes que yo misma vi nacer. Sabe cómo es, no quiero complicación para mí. Después, debe de estar recogiendo lo que plantó. Tal vez eso le sirva de lección. Esos jóvenes tienen que aprender que la vida no es fácil, eso aquí es una cantera; vencen los más fuertes, los que se esfuerzan, estudian y luchan por un lugar al sol.
En cuanto el muchacho se aparta, como si ya supiese mi reacción, comento con una vecina el episodio y me cubre de razones. Ah, el marido de ella también teje comentarios a mi favor. Dice que ha leído mis crónicas y que soy una persona (supone él) muy sensible.
Entro satisfecha por los elogios y hasta aparto una idea mala que se me ocurre: la de que yo había matado a Jesús (nuevamente) de decepción. Que él podría ser el niño, o el mendigo y hasta el drogado, que él no manda más avisos por ángeles, que el propio Cristo viene en la forma más simple y común y yo, refugiada en esas ideas de grandeza, no percibí...

domingo, 20 de dezembro de 2009

Depois de um longo e tenebroso inverno, estou de volta. Trago alegrias, lembranças e saudades de pessoas e lugares que me fizeram extramamente feliz. Seguem algumas fotos que compartilho com vocês e segue a vida normalmente.

Beijos e abraços.

 
 

sábado, 5 de dezembro de 2009

Calabria queda aquí

Compré un vino en una de esas ferias donde los italianos negocian sus productos. La calle es angosta y está detrás de un conocido viaducto de San Pablo. Un área que recuerda a Italia. No sé si por la arquitectura o por el acento de las señoras simpáticas ofreciendo bocadillos. El ruido de las conversaciones paralelas me impidió escuchar correctamente el precio de la botella. Pagué de menos y salí. Casi al final de la feria, en un puesto de artesanías, fui informada de que debería volver y pagar lo que faltaba.
No voy a mentir, volví con rabia. Miré al italiano con mi boca llena de palabras. Era como si él hubiese cometido un acto injusto. Sin embargo su mirada llena de ternura me silenció. Esperé a que él se pronunciase. Y confieso que, minutos después, estábamos probando vino con castañas y dando carcajadas altas como auténticos italianos. Hablamos mucho. Penetré con él en lo profundo de un país que pendía de la pared. Me presentó su Calabria, una región que parecía querer caerse del mapa. Tal vez hubiese caído ya y él no se había dado cuenta. Hay tantas cosas que el tiempo transforma sin contar con nuestra complicidad. La idea de la Calabria primitiva y prosaica parece ser una ficción. Puede estar en las páginas de la historia, pero socialmente no existe más. No del modo como él idealiza. Que me perdonase la insensatez, pero Calabria está más allá de Italia. O tal vez yo debería decir: está más acá de Italia. Calabria está aquí mismo en San Pablo. Hay lugares que se desprenden de su geografía y atraviesan continentes, atraviesan el tiempo, atraviesan nuestros sentimientos y se adhieren a nuestra alma. La condición humana es sorprendente. ¿Quieren algo más primario que una feria donde se vende harina de trigo a granel? ¿Quieren una sociedad más solidaria que aquella en que sus miembros se protegen unos a otros, además de ser capaces de interceptar a una desconocida que pagó menos por una botella de vino? Yo, si fuera italiana, sería feliz aquí.
Aunque San Pablo sea un estado moderno con cuarenta millones de habitantes conserva resquicios rudimentarios, lo que contribuye también para preservar los sueños de señores nostalgiosos que se resisten a cambiar el carácter de lo que les fue imputado como herencia: el deseo de volver a la tierra de sus padres, abuelos, tíos y toda una parentela que ya no existe más. El deseo de volver a un lugar donde nunca estuvieron y que solo conocen por fotos y postales. Viven aquí como si fuesen extranjeros, sin darse cuenta de que también lo serían allá.
Mi nuevo amigo reza y hace promesas para volver. ¿Volver adónde? ¿A Calabria, o al pasado? Palabras porosas. Mirada porosa. Piel imantada de sueños. Calabria es el pretérito hacia donde él vuela en busca de lazos y raíces porque no se encuentra a sí mismo en el tiempo presente. Él me observa con su mirar espléndido y me habla como si fuera yo un libro capaz de registrar toda su emoción. Escucho quieta. ¿Qué podría yo decir? La verdad, yo sería capaz sólo de decir que su alma nunca vivió aquí, que siempre estuvo prendida a un punto del mapa llamado Calabria.
Lucilene Machado