segunda-feira, 21 de dezembro de 2009

CRÓNICA PARA UN ANGEL





CRÓNICA PARA UN ANGEL


Se acaba el año. Los días son largos y soleados. Las mujeres exhiben vanidosamente la piel bronceada. Es verano. Las noches están más atrayentes, iluminadas por miles de luces de colores y adornos para todos los gustos. Los árboles extienden los brazos para ser, también, adornados, contribuyendo aún más a este clima de fiesta. En fin, no hay duda de que esta es la mejor época del año.
Aprovecho la ocasión y me entrego, sin condiciones o reservas, al Cristo que está buscando lugar para nacer. Ofrezco mi humilde manjar y aguardo a que el Ángel Gabriel entre por la puerta saludando: «Ave, llena de gracia, el Señor es contigo».
Por el contrario, por la puerta que dejé entreabierta (imprudente que soy) entra un chico, de los alrededores de aquí, pidiendo dinero prestado para comprar gas. ¡Ah, no es la primera vez que hace eso, apuesto a que el dinero no es para gas! Piensa que me engaña. Días atrás, cuando estaba blanda de corazón, le di dinero y le acostumbré mal, ya está aquí otra vez. Es así como se transforman en pillos. Por causa de esas limosnas contribuimos a la formación de un futuro marginal. «Sólo unas monedas, tía», insiste. ¡Chico insistente! «¡Permíteme, por favor! ¡Que esta crónica es para un ángel!»
El siguiente que llegó fue un anciano. Tenía las vestimentas sucias y olía mal. Otros, que le acompañaban, pararon en las casas vecinas. Necesitaban un pequeño lugar para tomar un baño, tal vez un vaso de leche caliente, un cariño... Pero, sabe..., mi casa no es tan grande, ellos son hasta un número razonable, no podría acomodarlos aquí... «¿Ni por pocos instantes?», sabe..., hoy en día la gente oye cada cosa, de mendigos que matan a mujeres y niños, mejor no arriesgarse. Les enseño el camino del albergue que queda a unos cinco kilómetros. Un poco lejos, pero están acostumbrados a caminar, llegan inmediatamente.
Déjame concentrarme en mis oraciones, quién sabe si el ángel aparece. Ordeno los adornos del árbol, compongo la decoración, quiero todo impecable. Seguramente, Jesús quedará contento. ¡Bien servido, bien honrado, claramente, explícitamente! ¡Espero que los mendigos no aparezcan más empujando la puerta, pidiendo de todo!

Y no aparecieron. Quien llegó fue aquel muchacho hijo de Marcia. La propia madre le expulsó de casa. Hace algún tiempo empezó a andar con malas compañías, se envolvió con drogas y ahora se dice arrepentido. ¿Lo creen? Ni yo. Dice que necesita un lugar para pasar la noche. Apuesto a que está en una situación embarazosa y ahora está huyendo de la policía. Claro que no voy a ceder. Ni incluso delante de aquélla larga mirada y de aquellos ojitos verdes que yo misma vi nacer. Sabe cómo es, no quiero complicación para mí. Después, debe de estar recogiendo lo que plantó. Tal vez eso le sirva de lección. Esos jóvenes tienen que aprender que la vida no es fácil, eso aquí es una cantera; vencen los más fuertes, los que se esfuerzan, estudian y luchan por un lugar al sol.
En cuanto el muchacho se aparta, como si ya supiese mi reacción, comento con una vecina el episodio y me cubre de razones. Ah, el marido de ella también teje comentarios a mi favor. Dice que ha leído mis crónicas y que soy una persona (supone él) muy sensible.
Entro satisfecha por los elogios y hasta aparto una idea mala que se me ocurre: la de que yo había matado a Jesús (nuevamente) de decepción. Que él podría ser el niño, o el mendigo y hasta el drogado, que él no manda más avisos por ángeles, que el propio Cristo viene en la forma más simple y común y yo, refugiada en esas ideas de grandeza, no percibí...

domingo, 20 de dezembro de 2009

Depois de um longo e tenebroso inverno, estou de volta. Trago alegrias, lembranças e saudades de pessoas e lugares que me fizeram extramamente feliz. Seguem algumas fotos que compartilho com vocês e segue a vida normalmente.

Beijos e abraços.

 
 

sábado, 5 de dezembro de 2009

Calabria queda aquí

Compré un vino en una de esas ferias donde los italianos negocian sus productos. La calle es angosta y está detrás de un conocido viaducto de San Pablo. Un área que recuerda a Italia. No sé si por la arquitectura o por el acento de las señoras simpáticas ofreciendo bocadillos. El ruido de las conversaciones paralelas me impidió escuchar correctamente el precio de la botella. Pagué de menos y salí. Casi al final de la feria, en un puesto de artesanías, fui informada de que debería volver y pagar lo que faltaba.
No voy a mentir, volví con rabia. Miré al italiano con mi boca llena de palabras. Era como si él hubiese cometido un acto injusto. Sin embargo su mirada llena de ternura me silenció. Esperé a que él se pronunciase. Y confieso que, minutos después, estábamos probando vino con castañas y dando carcajadas altas como auténticos italianos. Hablamos mucho. Penetré con él en lo profundo de un país que pendía de la pared. Me presentó su Calabria, una región que parecía querer caerse del mapa. Tal vez hubiese caído ya y él no se había dado cuenta. Hay tantas cosas que el tiempo transforma sin contar con nuestra complicidad. La idea de la Calabria primitiva y prosaica parece ser una ficción. Puede estar en las páginas de la historia, pero socialmente no existe más. No del modo como él idealiza. Que me perdonase la insensatez, pero Calabria está más allá de Italia. O tal vez yo debería decir: está más acá de Italia. Calabria está aquí mismo en San Pablo. Hay lugares que se desprenden de su geografía y atraviesan continentes, atraviesan el tiempo, atraviesan nuestros sentimientos y se adhieren a nuestra alma. La condición humana es sorprendente. ¿Quieren algo más primario que una feria donde se vende harina de trigo a granel? ¿Quieren una sociedad más solidaria que aquella en que sus miembros se protegen unos a otros, además de ser capaces de interceptar a una desconocida que pagó menos por una botella de vino? Yo, si fuera italiana, sería feliz aquí.
Aunque San Pablo sea un estado moderno con cuarenta millones de habitantes conserva resquicios rudimentarios, lo que contribuye también para preservar los sueños de señores nostalgiosos que se resisten a cambiar el carácter de lo que les fue imputado como herencia: el deseo de volver a la tierra de sus padres, abuelos, tíos y toda una parentela que ya no existe más. El deseo de volver a un lugar donde nunca estuvieron y que solo conocen por fotos y postales. Viven aquí como si fuesen extranjeros, sin darse cuenta de que también lo serían allá.
Mi nuevo amigo reza y hace promesas para volver. ¿Volver adónde? ¿A Calabria, o al pasado? Palabras porosas. Mirada porosa. Piel imantada de sueños. Calabria es el pretérito hacia donde él vuela en busca de lazos y raíces porque no se encuentra a sí mismo en el tiempo presente. Él me observa con su mirar espléndido y me habla como si fuera yo un libro capaz de registrar toda su emoción. Escucho quieta. ¿Qué podría yo decir? La verdad, yo sería capaz sólo de decir que su alma nunca vivió aquí, que siempre estuvo prendida a un punto del mapa llamado Calabria.
Lucilene Machado

quarta-feira, 25 de novembro de 2009

Comentário

Querida Lucilene:
Muy bello tu texto: poético, femenino, personal. Hay críticas, así, con sexo de mujer, más que críticos masculinos, que defienden la pertinencia de una literatura eminentemente femenina que dé cuenta de la realidad de la mujer, de la organización de su cabeza, del placer, el suyo particular confinado a su cuerpo, a sus órganos sensibles específicamente femeninos, ya que todo lenguaje engendra y procede del poder como defendía Foucault. En fin, mucha erudición. Siempre pensé que esos textos había que crearlos, como hizo Clarice, y no hablar tanto de ellos. Hay que caminar, como decía el poeta, los pasos engendran el camino y no al contrario. Tus textos engendran caminos, veredas, sendas, son muy femeninos, como digo, y muy hermosos, son posiblemente muy tuyos porque por encima de los sexos estamos nosotros, los seres humanos que nos comunicamos, que nos constituimos como personas con nuestras confesiones, con la expresión de nuestros sentimientos, con nuestra voz y sus ritmos escritos o hablados, con nuestra respiración.
Muy hermoso tu texto. Enhorabuena!
Con un saludo muy afectuoso,
Antonio Maura

terça-feira, 24 de novembro de 2009

COREOGRAFÍA INVISIBLE



COREOGRAFÍA INVISIBLE
No sé que piensan los pájaros cuando, en el sábado a la tarde, duermen en los cables de alta tensión. Las aves tienen sábados frustrados. Todas las cosas que podrían haber sido, no lo fueron. No sé que piensan los hombres mientras duermen los pájaros por el sábado adentro. Sé que los hombres sufren de insomnio y cierran las ventanas. Establecen la oscuridad, borran las palabras y se desintegran en largos silencios. Cosas que podrían haber sido? Da igual. En cualquier momento hay cables de alta tensión y piernas de mujeres con la sangre hirviendo. Tantas que vienen a ser ignoradas. Despojos del amor? La desproporción creó los hombres-dioses vulgares y deificados. Creó profesionales especialistas en la argumentación. Los brazos alrededor del cuello, bocas de estatuas pegadas y música para llenar los vacíos. Pero el objeto de este texto es el amor. El tema también. El amor en construcción. Cuatro paredes lenta y dolorosa de este lado del horizonte donde quiero improvisar nidos y desplegar pájaros del sueño.
El tiempo es corto, razón por la que me acuesto mismo en la tierra. Todas las cosas se manifiestan y se niegan continuamente. Yo finjo no percibir. Apoyo la cabeza en el seno de la ignorancia. La metafísica rodea mis límites. Hay cosas encontrándose también fuera de nosotros. La ficción quiere escribir mi historia. ¿Qué imagen haría? Oh vida, este tiempo desperdiciado en la mirada. Mi único lamento no es triste. Incongruencia? Limpie los ojos que este texto tiene la locura de la forma. La plasticidad y el lenguaje. Los literatos, eruditos e yo, y nada concreto. Lo que sabemos de las aves frustradas sobre el cable de alta tensión? Somos necesitados de amor, sexo y sueños. Nos falta la sabiduría. Un día Dios se mostró hombre entre los hombres y lo crucificaron. De ahí, mi miedo de existir. Ahí esto silencio áspero de los sábados. Mis conflictos me hacen pequeña. Gritos sordos por dentro. Sólo las palabras son capaces de secar las lágrimas. Las palabras y los dedos. Dedos escalabrados pelo tiempo siguiendo las líneas de mi cara. Dulce ternura para aquellos que rompió todos los espejos y ya no se reconoce. Yo que tengo en mí el movimiento de los demás, el conocimiento de los demás, el lenguaje de los demás, la reacción de los demás ... Yo surcado por los demás y estrangulado con mis propias manos. Sólo el amor puede salvarme. Sólo el amor produce esa lentitud sagrada de observar pájaros llenos de vuelos. El amor conoce de memoria los vuelos y los movimientos. Conoce el lugar, el istmo, donde los hombres lloran. Los hombres son bellos, especialmente cuando lloran. Hombres-mar en una isla de lluvia. Una imagen que me completa. No del todo. Una mujer satisfecha trae en si un punto final. Tengo vocación para las elipsis y los excesos. Despierto y todas las bocas se abren. Infame hambre de idealismo. La vida no es suficiente?
El pájaro mira con todos los ojos, pero no ve nada. Ha olvidado los sentidos. Se olvidó de quién era, como era ... sólo sabe cantar, cantar. Si respirase una idea, podría convertirse en personas con todo el nihilismo inherente. La gente que niega cualquier cosa en cualquier momento. Niega la palabra, la raza, las ideas... personas que niegan la cruz, la historia, la colonización ... personas que ignoran los sábados por la tarde cuando un pájaro vuela discretamente a hacer conexiones entre las cosas visibles e invisibles.


Lucilene Machado

domingo, 22 de novembro de 2009

Claricianas XVI

XVI






Nasci para três coisas: amar, amar e amar. A ilusão existe para me proteger dessa verdade matemática enquanto o tempo destrói as mentiras que eu inventei. Sempre menti para disfarçar essa soma ímpar. Respirei o subtendido dos silêncios disfarçando o que eu supunha ser necessário esconder. Infinitos círculos mentais para esconder as pontas desses fios desordenados. Parecia-me a coisa mais perfeita que eu sabia fazer. A coisa que a gente nunca diz por julgar ser secreta. Mas o corpo não disfarça e nas primaveras sempre desabrocho em pétalas. Um dia disseram que me amavam. Juraram. Eu duvidei, mesmo assim espalhei-me como as pétalas. Um dia disseram que me queriam para sempre, não cri, mas me decompus em mil fragmentos. Um dia não me disseram nada e eu senti falta do engano com que fui amada. Se eu chegar a ter uma compreensão lúcida da vida, descobrirei porque o amor é a coisa que menos entendo e de que mais sei. Vejo amor até nas palavras de quem não acredita em amor. Gosto do seu sonido mesmo em frases teatrais esticadas por adjetivos e hipérboles. Há uma instância órfã no meu coração sempre pronto a acreditar. E por que não?

L.M.

domingo, 15 de novembro de 2009

MULHERES DE IDADE MÉDIA



MULHERES DE IDADE MÉDIA





Chega uma idade em que vamos recuando, vamos ficando longe da linha de ataque, vamos enterrando os sonhos nas trincheiras, limpando o pó de alguma ternura boba e nos conformando com as migalhas que sobejaram das ilusões.
Chega uma idade em que aprendemos a desistir, esquecer... calar. Vamos nos habituando a conviver com nossas mordaças, nossas amarras... De que vale a liberdade se conhecemos tão pouca gente livre?
Chega uma idade em que vamos escondendo o romantismo nas fronhas dos travesseiros e nos contentando com o prazer efêmero com hora mar-cada para acontecer. Acomodamo-nos a um gozo mecânico sem a sonoridade dos “eu-te-amo” e dos “para sempre”. Aprende-se técnicas, métodos, estratégias racionais capazes de desentranhar a libido e compensar o amargo na boca.
Aos poucos vamos escondendo nossos tentáculos, vamos nos adaptando aos ditames da razão, obedecendo aos assobios, às leis primárias e ficando quietas em nossas menopausas sem mais ques-tionar os “que teria sido se...”
A gente se habitua com um jeito sem jeito de ser conquistada. Um jeito sem festa, sem brindes, sem flores... um jeito prescrito que não es-conde grandes surpresas. Falta criatividade e persistência, mas a gente aprende a viver sem o e-xercício da arte de seduzir e sem os remorsos da carne.
Chega um tempo em que a gente se obriga a compreender a teoria da relatividade, objetividade, contabilidade... tudo tem um preço. Tudo en-volve perdas. Que importa? A esta altura, domi-namos a arte de perder sem muitas dificuldades. Somos mulheres equilibradas e fortes. Sabemos esconder dores sem precisar disfarçar cansaços.
Nos acostumamos às mentiras puídas e acreditamos nas palavras para não comprometer momentos de ternura. Não porque momentos se-jam poucos, mas porque viver é uma arte, a arte de acreditar. A realidade que se acredita é a mais real do mundo. Em nenhum tempo se está preparado para conviver com a franqueza.
Chega uma idade em que descobrimos que podemos perfeitamente viver sem grandes amores. O amor é parte da vida, mas apenas uma parte, e aquela história de ser tão indispensável quanto o ar que se respira é para os compêndios literários. Por mais que a idéia nos desagrade ou entristeça, grande parte das pessoas não vive ou não tem um grande amor.
Dia chega em que nos conscientizamos de que vida e morte são fatores biológicos. Independem da nossa participação. Que coragem e covar-dia têm similaridade. Que a vida jogou conosco. Que nossa história não tem nada de extraordinário, porque todas temos a mesma história para contar. Histórias que ouvimos femininamente comovidas até morrermos, profundamente desabitadas.

LM

sexta-feira, 30 de outubro de 2009

PALABRAS DE MUJER


Palabras de Mujer


Suelto los zapatos en la escalera, me cambio de ropa, me olvido del cuerpo en el diván y me hago espía de mis pensamientos. A veces es difícil ser mujer, tener esa capacidad de la hembra que presiente el nacimiento antes de la concepción. Esa intuición de
que amará, esa certeza de que sufrirá, y aun así ama, lleva los afectos, lleva lazos indisolubles, sentimientos destorcidos que siempre supo y defiende con una furia indescifrable.
Ni siempre es fácil ser mujer viviendo ese dilema de caminar al borde de las oportunidades, ser guiada por los imprevistos y casi enloquecer sin saber al cierto lo que siente, o lo que esta condicionada a sentir. Nada es tan simple para una mujer. ¿Cómo explicar que me mojé en la lluvia? Y mientras todo el mundo corría, yo caminaba aprovechando la sensación de estar mojada bajo los cielos.
Con el cabello sobre los ojos canté el coro You are so Beautiful. Canté para mí. Siempre miento para mí. Desde niña cuando dije que el único hombre de mi vida debería ser mi papá. La mujer adora mentirse y también jurar. Jura por la madre, por los hijos e incluso
por la lluvia que recorre su cuerpo penetrando la boca, orejas y nariz en un Singing in the rain sin besos ni paraguas. Y después conserva la imagen para recordar, porque la vida para la mujer es siempre retrasada, nunca pasa en vivo.
Me canso un poco de ser mujer. Tener que llevar esos anhelos, esos pedazos de historias pegados en papeles, ese romanticismo del final de la noche, esa locura y paradójicamente esa lucidez de vivir cada cosa en el limite. Me cansa llevar en la palma de las manos esas líneas sin motivos, esos planes contradictorios, esas raíces misteriosas, esas fibras húmedas.. ¡Me cansa!, me cansa, sobretodo, esos sueños que no caben en el cuarto, ese origen latino, ese océano interno, esos vegetales acuáticos, esas hojas creciendo, incansablemente, en busca del sol.
No es tan simple ser mujer. Toda la estadística humana pasa por nuestros vientres. Todos fallan a igual que cada éxito tiene nuestro dedo. Hay siempre un soplo de mujer en un corazón que palpita. Soberana o sumisa es reina. ¿Será que escapo a la regla? Yo con el cabello mojado y una debilidad anticuada, un mirar a la vida de reojo, intentando encajar las cosas donde no alcanzo, tanteando en la oscuridad los momentos que pasaran sin adivinar mi reacción. Las mujeres reaccionan extrañamente según la estación, según cada curva, cada lluvia. Y modifican en cada viento, cada corriente de aire, cada cambio de tiempo y menstrúan, embarazan y lloran sin ser, necesariamente, este el orden. La mujer llora sin motivos pero nunca sin emociones. Llora mirando los rincones oscuros de la casa, mirando los rincones oscuros del alma, y a veces no recuerda la razón por la que esta llorando, tal vez es una manera de decir cosas sin palabras, expulsar memorias, cosas mezcladas, resentidas, desordenadas… Y antes que comience esa acidez en mi boca, pospongo la tristeza y canto nuevamente "You are so beautiful".


L.M.

terça-feira, 27 de outubro de 2009

Jornada da alma

Jornada da alma

Queria lhe contar que assisti ao filme Jornada da alma que relata o amor de Sabina Spielrein, uma judia russa e seu psicanalista, nada mais que Carl Gustav Jung . Um drama real que abalou as estruturas da psicanálise. O amor deles era tórrido e quase secreto, como o nosso. Amantes sem quarto, amantes sem rumo, amantes à margem da história. Ele era casado, velava pela imagem de discípulo de Freud, além de uma racionalidade enriquecida pelos princípios psicanalíticos, o que o fez abdicar do amor em nome de uma posição acadêmica e intelectual, isso após experimentar uma felicidade brutal com Sabina. No entanto, saiu elegantemente do palco, sem um fio de cabelo fora do lugar, evitando reflexões e apegando-se aos farelos da teoria.
Ela era colérica, sempre às voltas com os imbróglios, com as cólicas e contorções que a vida lhe impunha. Tinha o desespero das palavras. Movimentava a caneta com o pensamento e empurrava para um diário a dor que lhe impingia a alma. Os gritos da revolta misturavam-se à doçura de seus sonhos encantados. Sonhava com marte e com todas essas coisas impossíveis que povoam a cabeça de uma mulher. Guardava notas de piano como recordação e esculpia gatos em argila. Viveu a loucura vigiada por paredes ásperas e chão frio. Rodopiou por jardins entre árvores grandes e molhou-se com o próprio sangue. A sanidade lhe fugia por entre os dedos. A mesma sanidade que mais tarde a fez conhecer e desconhecer o homem.
O amor foi o ponto forte de intersecção entre eles. Devotaram o melhor que tinham. O corpo, a alma. Ofereceram-se em libação, absolutos. O corpo em sacrifício da mente. Atingiram o ponto mais sublime do amor. Expandiram-se mentalmente. Atravessaram espaços incomensuráveis até a relação escapar-lhes num final fatídico. Ele acovardou-se ancorado em boas justificativas. As palavras medidas e calculadas abriram feridas no corpo de Sabina. E ela, excessiva em sua paixão, adoeceu de uma dor cruel, sangrou, tentou todos os lenitivos possíveis e, numa avalanche de revolta, seguiu para um outro país. O seu país. Precisava diluir aquele amor. Precisava viver. E viveu. Era resistente como uma fênix. Mas nunca deixou de amar aquele que era o seu homem, sua alma gêmea. Chorou no escuro, escreveu cartas, dançou sozinha, teve febre de silêncios e morreu sem olhá-lo nos olhos outra vez. Quanto a ele, teve ainda muitos anos de vida, filhos e uma carreira muito bem sucedida. Se foi feliz? É possível que sim. Os homens costumam confundir coragem e covardia e dificilmente se culpam por rasgar a alma de uma mulher.
Daí, você deve estar pensando que escrevi nas entrelinhas. Que Sabina sou eu. Eu tateando no escuro para achar palavras de significados concretos que lhe atinjam por caminhos indiretos. Eu que vivo a desordem do meu vasto querer e não me importo em arriscar a vida, porque creio que só assim se vive plenamente. Eu que já vivi o claustro da loucura e sonho com coisas impossíveis. Eu, ariana impulsiva regida por marte. Eu que não tenho medo de recomeçar, que não preciso de pátria, etc e etc., sobretudo, eu que tive a alma rasgada no momento de sua maior lucidez.
É verdade que Sabina se parece comigo. Vi retratada nela a minha loucura de viver e chorei porque me vi num espelho. Todas as coisas que a sufocam estão em mim. Mas sou diferente. Não morreria amando um homem que se acovardasse por qualquer que fossem os motivos. Ainda que esse homem estivesse ancorado na razão. Sou rancorosa e áspera. Mas morreria por minha própria decepção, em nome da tristeza, da dor... morreria de solidão nesse mundo tão imenso... morrer é tão fácil. Agora mesmo, posso me descuidar e zás trás, abrir minhas asas. Mas se você fosse psicanalista, saberia que só o amor me faria voar. Saberia que meu rancor é também amor, minha fúria é amor, meu orgulho e meu desejo categórico de nunca mais olhar em seus olhos, também é amor. Até meu ódio é amor. Por isso toda minha aspereza anterior e póstuma será perdoada. Mas parece que estou aqui pedindo perdão para morrer. Não, não quero morrer nunca. Morri só pra você. Quem contempla o pôr-do-sol da minha janela não pode desejar a morte. A terra bebendo o sol com línguas de fogo e a noite avançando quieta e tomando conta do mundo. Também vigio o mundo daqui. Antes de dormir olho o céu, vejo a estrela que meu pai me deu quando eu ainda era pequena. Meu pai me salva da idéia genérica de que o homem tem um amor menor. Meu pai e meus filhos. Minha maior contribuição para com a humanidade foi ensinar meus filhos a amar. E meu maior orgulho é ver que eles aprenderam. Também tive falhas como mãe. A maior delas foi não ter dado a eles uma estrela quando ainda eram crianças. É preciso ser criança para ganhar uma estrela e acreditar que se será guardiã dela para todo sempre. É tão bom ser dona de estrela! É como ser dona de flores e de poemas que não se escreveu. Mas um dia hei de escrever, não para você, que me fez sentir como uma fruta roída por dentro. Foi um desprezo que tive a humildade de aceitar. Há momentos em que é preciso aceitar a perda. Perda da esperança. É tão difícil se livrar da esperança! Você sacode com toda força sua caixa de pandora mas ela continua lá grudada nas paredes, no rótulo, no fecho... ou no seu próprio inconsciente com uma voz fininha a cochichar afetos em seus ouvidos. A esperança é uma aranha diligente que aproveita qualquer fio para construir sua casa. E quando você percebe, já está enredada por aquelas teias pegajosas. Vem a tormenta, o vendaval, o terremoto... e a esperança ali enganchada em qualquer galho seco. Poucas coisas são mais resistentes que a esperança. Pouquíssimas. Eu a rejeito todos os dias, mas a vejo pelos canto da casa, pelos cantos da vida a me olhar enviesada. Parei de proferir frases imperativas. Ela que se dane e viva sozinha sem mim. Eu vou sobreviver porque sou teimosa. Você vai sobreviver porque eu morri para que você continuasse vivo. Alguém tem de perder para que alguém possa ganhar. Mas ganhar o quê? Gostaria mesmo de saber o que foi que você ganhou. Sabina recolheu-se para que Jung fosse feliz. Imaginou-se promovendo escândalos de várias ordens, mas conteve-se, falou pelas entrelinhas e ele entendeu. A propósito, ele engoliu a dor com bebidas e manjares entre uma e outra defesa da psicanálise. Mas quem pode atirar a primeira pedra? Ninguém está completamente errado, até um relógio parado acerta duas vezes ao dia. E às vezes você está certo por não acreditar no amor. E por isso você é tão bem ajustado. Quem não ama não possui a forma contrária correspondente. Quem não ama também não odeia. Sente pena só. E recolhe-se para não agredir o outro com esse sentimento tão desprezível. Tudo é desprezível quando não se ama. Eu quero morrer de amor quantas vezes forem necessárias. Quero veias sangrando, coágulos vermelho escarlate, paroxismo... Sou ávida de vida, quero tanto quanto ela possa me dar. Ela muito me tem dado. Muito me tem tirado também. Mas quero continuar nesse superlativo, sou imprópria para homens comedidos. Preciso de um arquivo grande. Preciso de um aeroporto com falas em todas as línguas. Sou gramatical demais. Tenho uma vontade quase imoral de dizer palavras. Que o amor adoce minha boca, porque a palavra não é sentimento. A palavra é uma ferramenta horrorosa. Todos os dias me arrependo delas. Toco piano para compensar. Mozart, Handell, Vivaldi... alcanço as notas com a minha língua. Deus! Se eu tivesse essa genialidade. Eu não toco não senhor, só com a boca. Minha língua passeia por todas as escalas. Sou capaz de um sustenido impressionante: si be mol. Mas não mostro. Só para os íntimos. E você não é íntimo. Você me ofendeu chamando-me inteligente. Foi um meio para se livrar de mim. Foi o “através”. Inteligente é uma palavra que não cabe nos rituais de adeus. Ela dói porque fica mal associada. É como se quisessem dizer: não vai doer nada, logo sara. Mas não sabem que é uma ferida seca que descasca e não sara. Isso não é drama não senhor, mais respeito que agora eu sou o seu fantasma, o fantasma que você irá buscar no ponto mais profundo de si, na hora da sua velhice. Velhice lenta que vai cavando um buraco no estômago e os mesmos pensamentos martelando o cérebro, insistindo na reflexão da vida, e vida, meu caro, é amor. É a hora dolorosa da verdade, e a única verdade que permanece é o amor. Você não terá como fugir, vai se lembrar que meu amor preenchia um campo de futebol e ainda escorria pelas bordas. Diz que isso não será verdade, diz! Um velho, um cão e um fantasma caminhando pela praia. Uma vingança que me faz sentir bem. Mas de que vale, se já não mais me lembrarei de nada? Já terei esquecido até os poemas que você me escreveu e decorei em forma de gratidão. De que vale a vingança se tudo termina? Não quero ser profeta, nem escriba, basta-me amar intensamente. Todo o resto é conseqüência. Eu poderia ser gélida, esguia, metálica... e sair do palco à francesa, na ponta do salto, de rímel e batom, como você se habituou a ver. Mulheres que não derramam uma gota de lágrima, mulheres inteligentes, como você quis acreditar, mulheres de atitudes equilibradas e elegantes. Mas eu rolei ao rés-do-chão, tive febre, catapora, varíola... (eu que pensava que a varíola já estava extinta) fui burra em tempo integral. Mas, continuarei a ser uma mulher simples e ingênua. Um misto de camponesa e estrela. Ingênua, mas com brilho próprio, ouviu? Você não vai ouvir nunca, porque esta carta jamais chegará a suas mãos. Esta carta é minha. Este amor é meu. Esta história é minha.
Lucilene Machado

sexta-feira, 23 de outubro de 2009

DE BRAÇOS ABERTOS



DE BRAÇOS ABERTOS


Quando eu era criança achava todos os domingos alegres. Talvez o fato não se deva à infância, mas aos hábitos comuns de uma cidade pequena. Almoço na casa da avó era coisa sagrada. Comia salada de agrião com guardanapo no pescoço. Aqueles talos enormes esbarrando no nariz, vinagre penetrando nos olhos... agrião apanhado na horta sem agrotóxicos. E eu nem sabia da existência dessa palavra esdrúxula. Sabia que havia um espantalho de braços abertos cuidando das verduras. Para mim, era um santo como aqueles das igrejas. Todos os homens com braços abertos eram santos. E minha avó sabia construir santos. Devia se inspirar em meu avô que abria os braços para que eu corresse a seu encontro. E eu morria de medo que ele se petrificasse numa estátua de cartão-postal. Deus amava os homens bons e um dia viria buscá-los para si. Homens bons eram transformados em anjos e ajudavam Deus a cuidar do mundo. O espantalho era um anjo de Deus e devia dormir no esquecimento de alguma menina grande. Era esse um dos argumentos que eu usava para conversar com aquele boneco de pano. Também lhe oferecia teorias, explicações e revelações surpreendentes sobre a parte feminina. Transferia para ele a lealdade dos homens que nem sempre foi real.
Mas é tolice lamentar essa realidade de homens não leais. Não se pode fechar o coração em razão de uma minoria. Ou seria maioria? Não posso dizer ao certo, sei apenas que os homens de braços abertos me salvaram de um coração de gelo. E continuam salvando. Eles existem e estão bem aí, embaixo do nosso nariz. Basta reparar. Sei, às vezes é difícil essa percepção porque eles assumem formas inesperadas, infantis e até misteriosas. E não estamos acostumadas a isso. Vemos a fachada, se ela não agrada desistimos de descobrir o que vai dentro. É trabalhoso conhecer o homem que está dentro do homem. Até porque, foram muitas as vezes que descemos à profundeza e não encontramos nada além de pura escuridão.
Não é necessário mais que uma frustração para que a mulher radicalize e torne-se negligente na arte de procurar pistas. Mas, como a vida não nos deixa de instigar, lá vamos nós, corremos léguas à procura de um vestígio no meio das trevas. Seguimos o primeiro indício de caminho. Pode ser um ruflar de asas ou um fio de luz. E, de repente, estamos diante de uma grande floresta. Árvores com raízes profundas. Espécies que não se deixam levar por qualquer vento. Uma floresta onde se encontra e se perde toda a sabedoria do mundo. Tudo depende da nossa capacidade de percepção. Não convém arriscar?
Hoje quando vi um espantalho numa horta vizinha, não pude deixar de ficar contente. O museu de pano da memória trouxe à tona a imagem de homens poderosos. Homens de coração limpo e braços abertos. Homens feitos à imagem de Deus e que, muitas vezes, se deixaram crucificar por amor. Poesia? Esses versos vão anoitecer comigo. Versos que eu sei de cor. Também sei de cor tantos nomes, tantas lutas... e ainda, por muito tempo, continuarei a conversar com espantalhos e a acreditar nos homens.

quarta-feira, 21 de outubro de 2009

domingo, 18 de outubro de 2009

ESCUCHANDO LA VIDA

Escuchando a la vida


¿Qué sabemos de nosotros? Esta historia tiene la opción de empezar con una cuestión filosófica, ya que cualquier respuesta, sin embargo, es reduccionista, un hueco, un vacío en el cerebro. Otra posibilidad, si es necesario partir desde un punto, sería la luna de oro en el cielo. Un punto impreciso. Luna casi llena, luna casi menguante. Lisboa, sin dormir. Eran un hombre y una mujer. Más que eso: un río, una música, barcos que pretendían ser mirados, un viento frío, una goma de mascar y las diversas posibilidades de organización de estos elementos. Pero cuando el sueño se tropieza con la realidad, de hecho, se pierde el hilo conductor de la vida. No me preguntes nada, las cosas que buscan sus cursos encuentran sus vacíos. Cajas de silencio para cruzar. En los ojos de ellos, una lágrima; en sus labios una frase de perdón. Mataron a la luna, bebieron el licor.
La mañana de Lisboa tiene cuatro pilares de oro. La aurora entró por la puerta de la habitación. Un hombre desnudo en sus ojos. Un hombre con la fuerza de Hércules y la ternura de Guevara. Ella quería huir, pero ¿de qué? Sabía muy poco acerca de sí misma. Sabía muy poco sobre el hombre que tenía en las retinas una caja registradora de momentos. A veces más, a veces menos. Un hombre que mide distancias, calcula el ancho, compara, investiga. Un hombre que tiene colores cálidos en la punta de los dedos y dibuja mujeres por las paredes de la casa. Mujeres sin alma. Escribe versos con colores fríos. Mar, cielo y un tiempo verde que no viene.
Ella sonríe sabiendo menos de sí que de los otros. Escucha las sílabas de su nombre resonar en las esquinas del salón, pero no está segura de que sea el mismo suyo. No recuerda el camino de regreso. ¿Volver a dónde? No tiene sede, ni hambre, sólo la palabra pasión pegada en el azul de su paladar. Azul del mar, azul del cielo, azul de agosto que se extiende por todo el verano mientras él caza mariposas en su garganta. Príncipe de leyendas. Beso de manzanas envenenadas. Como La bella durmiente estaba presa de ese hechizo. Le pide una palabra bonita. Él responde con metáforas, con versos que todavía no lo hice. Ella siente dolor, ganas de llorar. Quisiera correr mientras el sueño de la magia se disuelve. Entra en el autobús. Acuesta la cabeza en la sinopsis de un poema que es un mapa de imágenes ahora manchado por sus lágrimas. Son versos que toman un impulso y siguen con ella por la ruta de su vida.
Yo, aunque narradora omnisciente, llego al final de esta historia sin saber la verdad del hombre. ¿Por qué la dejó ir? ¿Por qué no la ató a los cordones de sus zapatos gastados? Esta historia podría terminar con esta cuestión metafórica, pero voy a añadir al texto la gran frustración de la mujer: la palabra pasión que ella tragó mientras huía.
Lucilene Machado.

sexta-feira, 16 de outubro de 2009

SEQUÊNCIA DE SONHO




SEQUÊNCIA DE SONHO


Por hoje, bastava-me uma garrafa de vinho para embriagar-me. Espírito dionísico para beber um sonho. Mas o cálice da realidade impede-me conquistar a eternidade do céu de uma boca ou de qualquer paraíso feito de suspiros e palavras. A razão não compreende a emoção. Embates e embustes. A paixão vale pelo silêncio que engloba. Vale por tudo que não conseguimos dizer, por tudo que não conseguimos perguntar, porque muitas vezes as perguntas não são possíveis.
Debruço-me sobre o parapeito de uma janela que não me pertence. Nada me pertence. Poucas pessoas no mundo são tão despidas quanto eu. Tenho uma nudez que fere. Uma nudez que quer ser dividida. É sublime doar um pedaço de si. Uma mutilação que constrói sonhos. Quantos sonhos seriam necessários para desvendar o mistério de um homem? Talvez nenhum. Podem-se desintegrar os átomos de um homem com atitudes. Com algum impulso de sangue latino podem-se brindar belas descobertas. Mas amor é outra coisa. Amor é o nome que eu persigo e pelo qual me perdi algumas vezes. Fui infeliz em todas as felicidades. Minha alma é uma capela vazia esperando por um anjo. Um anjo cheio de pecados a fazer-me confissões.
A lua rasteja o futuro por caminhos inexplorados. Quero estar suficientemente viva para trafegar com meus sonhos por esses desígnios. Já não estarei confinada num canto do mundo com essa sobrecarga de imagens. Já não estarei precisando pensar, precisando concentrar-me na amarração do texto que toma corpo de crônica. Isso estica minha angústia. Queria pensar sem formas, mas já não posso. Tudo acaba padronizado. O medo de decepcionar, o medo de não ter medo... Toda palavra tem seu preço. Sou vítima de um sistema coletivo de encadeamento de idéias. Até o amor tem suas terminologias. Até o amor tem suas ciências. Mas hoje estou incurável. Quero um amor de botequim. Amor sem pressa e sem causa. É porque é, porque tem de ser. Um amor sem história, acontecendo ao acaso, como se eu nunca tivesse sonhado algo dessa natureza.
De verdade, quando se vive milhares de noites, já não se pode precisar em que noite antiga, muito antiga, se plantou o sonho. Deve ser quando raspei as pernas pela primeira vez, calcei sapatos de salto e todo mundo percebeu, "Essa menina cresceu, tá virando mulher". Estava concluído um ciclo. Nunca mais voltei ao sótão para brincar de bonecas. Voltei sim, para ver das alturas o destino que subia da terra. O destino tinha corpo e cheiro de homem. Senti vergonha do meu sentimento sem pudor. Vergonha dos meus pensamentos ousados. Meu corpo era um mar que precisava de muitos rios para satisfazê-lo. Era assim mesmo? Puberdade, ouvi na aula de ciências. Só não falaram da necessidade de simbiose de espírito. Mas, instintivamente iniciei a busca pelo amor real. Raramente o vivi por inteiro. Queria alcançar com a mão aquilo que está à altura da inteligência.
Mas essa memória afetiva me cansa! Poderia dizer que hoje estou pronta para o desafio, mas o amor tem viés que desconheço. Mal posso falar da anatomia. Tanta beleza em uma só. Tanto pecado num mesmo pecado. Resgate, remissão... Eros, Ágape, philia... gravitar em torno do outro... melhor mergulhar numa taça de vinho e lamber a emoção altruística (ou seria egoística?) de ter escrito esta página.

sexta-feira, 9 de outubro de 2009

BIOGRAFIA DE AMORES - texto III

BIOGRAFIA DE AMORES - texto III
Era uma noite sem fundo equilibrando-se entre a névoa da insanidade e o veneno da poesia. Saí em direção de outro destino. Mas é difícil apontar para algum norte quando não se sabe onde ele fica. Na dúvida optei por um pouso provisório, quase clandestino, desses em que se oferecem meia pensão, meia diária, meias mentiras... A vida é mais barata e mais leve quando se vive pela metade. Entrei com uma parte de mim. A mais perigosa de todas. Cabelos louros, pele dourada, dentes brilhantes e lábios molhados de gloss. Posto isso, subi uma velha escada de madeira que dava para o pequeno hall cuja porta se abria para uma sala com jornais, televisores, computadores e um espaço para fumar na sacada. Tudo iluminado por uma luz que não perdoa nada, nem a rachadura duma parede, nem a varanda mal varrida, nem as rugas nas caras das mulheres, nem o sol apodrecendo numa réplica de Monet.
Apesar do lugar pouco atraente, havia pessoas. E lugares só funcionam quando existem pessoas. Lugares sem pessoas são ocos e insossos. Se eu tiver que escolher entre lugares e pessoas, fico com as pessoas, mesmo com as que estão vazias. Os gestos moldados no silêncio não têm sentido. Mas sei tão pouco sobre pessoas. O ser humano e suas grandes verdades. Não tenho a intenção de falar de verdades, prefiro as pequenas mentiras, mas não aprendi discerni-las. O amor é o desamor que açoita a pele e penetra os poros dilatados. Verdade para uns, mentira para outros.
A essa hora, o amor passeia lentamente pelos quartos vazios da pousada. Ele que fique só, olhando-se no espelho, sentindo-se esgotado, velho e feio. Ele que morra de abstinência, inanição e desprezo. Maldade? Na morte não há compaixão. Na morte só há saudade. As mãos, o olhar, os beijos. Depois um gesto recolhido, silencioso. Um pedido de “por favor, me esqueça”, um abalo sísmico na geografia do corpo.
O amor passou por mim, todo mundo percebeu. O moço que fuma na sacada me estende um olhar cinzento e complacente. O outro, da mesa quatro, bebe no copo sua tristeza gelada e parece conhecer a minha dor. O amor também passou por eles, não é difícil reconhecer suas marcas, deixa erupções na pele, cicatrizes visíveis e não há nada de extraordinário nisso. O amor é assim, meio ridículo, meio insano. Olho para os lados e vejo pessoas esvaziadas, sem o menor desejo de serem assediadas. Às vezes, sinto medo delas. Às vezes, sinto medo de mim. Sei que pareço uma criança assustada, mas hoje não estou disposta a ser recatada.
Há cinco metros de distância entre mim e o balcão. Apoiado nele, de pé, e quase de costas, um homem de suéter negro. Sozinho, como eu, como a maioria. Cabelos fartos e cinzentos, além de um porte másculo e elegante que o diferencia dos demais. Fiquei impressionada apenas com o que pude ver. Com ele eu seria capaz de cama, mesa e banho. Mas é tarde para pensar nisso. Sou mulher adulta, ciente de que se pode viver sem amor, que se pode respirar livremente, piscar e engolir as palavras, sem gemidos e sem lágrimas. Não preciso passar horas embaixo do chuveiro tentando lavar o que está por dentro. Nós mulheres temos uma capacidade inata de nos auto-enganar e justificar nossos pecados. Claro que ás vezes fica um culpa roendo os ossos, mas para que pensar nisso agora? Fixei meu olhar no homem de negro. As pessoas percebem, mesmo de costas, um olhar fixo. E viram-se vagarosamente para procurar o foco. Encontram-no, acionam o zoom para captar os detalhes e seguem o cheiro do desejo no ar.
O homem veio até a mim como se estivesse atraído por um imã. Tinha olhos festivos e traços angulosos. Havia qualquer coisa de exótico no conjunto do rosto que eu não soube captar. Qualquer coisa de mistério que eu queria e não queria decobrir. Ele ficou meio sem jeito, o que me deixou tímida (sempre fico tímida nas horas impróprias). Disse que eu era bonita e que gostava do meu jeito discreto. Senti que corei. A timidez é vizinha da insensatez. “Por favor, que horas são?” perguntei antes que ficássemos íntimos. “Cada instante é imortal”, respondeu-me, demonstrando estar cheio de palavras envolventes para dizer e que, apesar das efemeridades, era possível usufruir um pouco de romantismo. Engulo os pensamentos num gesto de coragem. Matar os pensamentos me deixa alerta como um cão farejador. Ele percebe que aquele meu estado pode ser um pedido de socorro. De “por favor não diga nada, eu não me sinto preparada”.Intui que eu estou desnorteada e sem elementos para gerenciar o silêncio gravíssimo nos rondando. Eu quieta e inquieta. Eu viva e com a alma em reboliços. Eu com olhar esgazeado de fêmea que só queria curar a dor de uma rejeição seguindo os pontos cardeais e estava prestes a cair na própria armadilha.
Melhor ir dormir antes do constrangimento das palavras. Claro, não preciso viver esses frêmitos de ansiedade. Posso pagar a noite num quarto amarelado de pé-direito alto, com luz de detector de incêndio no teto. Posso passar oito horas olhando a luz vermelha piscar sem maldizer a solidão. Melhor não me deixar enlaçar no fio frágil da sedução que mal nos ligará ao improvável dia de amanhã.
O homem bonito acende um cigarro para me dizer que a vida é breve. Aponto para a ala dos fumantes. Ele apaga vagarosamente o fogo com a ponta dos dedos. Um gesto que me excita e me apavora. A fumaça se mistura ao meu rude pensamento: ele tem sensibilidades e fraquezas, meu Deus! Talvez tenha a mesma dor que eu. Aproveito o momento turvo para olhar o relógio. Que tempo mal situado, enroscado na lucidez das circunstâncias. Sei que vou lamentar a oportunidade que me escapa pelos vãos dos dedos. Os mesmos dedos capazes de apagar um cigarro e promover prazeres da carne. Prazeres que eu rejeito com um olhar. Sinto um nó na garganta, as palavras não pronunciadas dormirão em meu coração discreto, ou em nossos corações discretos. Como essa vida é complexa, meu Deus.

segunda-feira, 5 de outubro de 2009

MEMÓRIA


MEMÓRIA


Você sempre aparecia nas férias. Vinha com aquelas idéias modernas da cidade grande. Falava de metrô, aeroporto, elevadores... e mostrava fotos de uma vista noturna capitada a partir de um viaduto. Que palavra bonita “viaduto”! Uma ponte sem rio por baixo - você me explicava com a paciência das crianças. E eu achava tão bonita a boca que você fazia pra dizer “metrópole”. Ah, aquela sua maneira de contar histórias urbanas com palavras urbanas. Eu bem que tentava imitar, fazia beicinho e tudo, mas o que eu sabia mesmo era contar histórias de assombrações.
Adorava ver os seus olhos faiscando de medo. A noite é perigosa e traiçoeira – eu dizia, sem saber bem o que estava dizendo. E lhe ensinava a fugir dos bichos e a desbravar o mato cerrado. Ora, eu até já tinha visto um saci! E você acreditava. Acho que fui eu que lhe ensinei a mentir e você aprendeu muito bem, desenvolvendo grandes habilidades na área. Constatei isso nas últimas entrevistas que você deu à TV. Olhei bem nos seus olhos e vi que eles ainda conservam os sinais do medo. Tive a sensação de que você ainda continua a fugir dos bichos. Talvez de outros mais graves, mais ferozes que lhe habitam por dentro e não há faca ou caco de vidro que os façam recuar.
Senti pena. Mas não posso negar que tive certo orgulho quando o vi montado num cavalo. Fui eu que o ensinei a montar. Eu era valente e montava cavalo em pêlo. Você quis tentar, lembra-se? Caiu e quebrou o braço. Que sorte quebrar o braço! Eu nunca consegui tal façanha. Como eu invejava os privilegiados capazes de exibir uma parte de gesso no corpo. E minha mãe cuidou de você. Muito melhor do que cuidava de mim. E nas refeições o servia antes de mim, lhe paparicava e dizia que você era inteligente, sabia muito mais do que nós. Ora! Sempre discordei, eu sabia coisas que você não sabia. Eu sabia descascar cana nos dentes, manejar estilingues, armar arapucas, capturar vaga-lumes... ah, eu sabia preparar emboscadas, atravessar correndo os arames farpados, subir nas copas das árvores e ficar olhando lá de cima... Você tinha medo até de galo de crista empinada! Tinha horror a minha coleção de joaninhas e corria quando eu o ameaçava com uma porção de minhocas nas mãos.
Mas o tempo passou. E na adolescência, eu é que fui passar férias na cidade grande. Rio de Janeiro. Você me levou ao metrô, mostrou-me as pontes e viadutos, mostrou-me túneis, ruas se abrindo, caminhos e descaminhos que eu não sabia que existiam. E quando dei por mim, já estava perdida. Perdidamente apaixonada. Tão inexperiente eu era! Não consegui decifrar aquele misto de dor, prazer, vontade de ficar, vontade de partir, vontade de querer de não querer.... medo!
Você me levou ao cinema para ver “Os Embalos de Sábado à Noite” e disse que eu tinha cheiro de terra molhada. Não sabia se gostava. Não dava pra raciocinar. Todo o corpo estava contraído por aquela espécie de sentimento que nos separa da realidade. Nem me lembro como foi o primeiro beijo, mas lembro-me do segundo, do terceiro... e da saudade que vivi depois.
Por algum tempo trocamos correspondência, até que você foi embora para a América e então, perdemos o contato.
Custei a acreditar quando o vi na TV, cheio de dedos, proferindo palavras persuasivas com uma oratória semelhante a dos políticos. E não é que você era um político?! Tempos depois você assumia um cargo importante no país. E concedeu uma série de entrevistas. Não pude acompanhar a todas, mas não deixei de ver algumas. Em especial aquela em que você mostrou a sua família e a fazenda. Foi aí que eu vi o seu cavalo. E você cheio de pompas dizendo que sabia montar desde os oito anos e que fora um menino valente, acostumado a montar cavalo em pêlo.
Eu ri muito. Você recortando um pedaço da minha vida e se fazendo dono dele. Mas pode ficar com esse pedaço. É seu, tá dado. Pode fazer de conta que eu não existi. Que me importa? A sua memória é uma mistura do que não foi e do que você gostaria que tivesse sido. Pode ficar com toda a história que era nossa. Que direitos eu teria sobre ela? Para você eu sempre serei a filha do administrador de fazenda do seu pai, que, para todos os efeitos, nunca fez parte da sua vida. Que diferença faz? Continuo a saber das coisas que você não sabe e se eu pudesse lhe dizer algo, assim bem de perto, diria pra você montar, realmente, um cavalo em pêlo, talvez fosse a coisa mais autêntica a fazer.

quinta-feira, 1 de outubro de 2009

Claricianas IV




Toda manhã é uma nova página onde invento um homem e o desenho sobre o papel. Mas sempre estou pronta a apagá-lo, delicadamente, com a ponta de meus dedos. Isso é amor. Ou nem mesmo é. Inútil questionar. O amor resguarda o enigma do não saber. E sempre uma felicidade leve pousando na pele do sonho. Escrevo amor com tinta verde, mas em minha pele escreveram com tinta vermelha. No jogo das cores, fiquei com as letras em brasas vivas queimando as lembranças do passado. A palavra é a mesma, mas não oferece consolo. Amor latente. Adjetivo que não dá vida, mata. Nel mezzo del cammin di nostra vita. Beatriz e o fio cortado ao meio. Letra morta, morrida numa página branca. Morte é palavra dura escrita numa linha secreta. O que passará pela nossa cabeça além das citações bíblicas e das tentativas de esconder o desejo debaixo de alguma costela? O desejo é no corpo, talvez por isso a resistência. Não mereço morrer, acho linda a lua em todas as suas fases, e não suportaria a idéia de não vê-la mais improvisar um poente por detrás das árvores retorcidas, sobretudo não suportaria a idéia de não inventar homens-deuses.

quinta-feira, 24 de setembro de 2009

Claricianas II






CLARICIANAS


João planta flores em vasos de trinta centímetros. Com ele aprendi o significado do verbo envasar e a suportar a idéia da beleza espremida em tão pouco espaço. De vez em quando nos falamos. Ele me diz que as begônias floresceram, que o jasmim está perfumando a rua e me convida para um almoço debaixo do caramanchão coberto por uma trepadeira verde musgo. Se eu fico envergonhada, ele sorri com a boca molhada e me oferece vinho. É tão fácil gostar dele, é como gostar das flores. Mas ele não sabe que as pétalas de rosas alargaram meu coração. Que vez por outra vomito sangue em frases escritas na primeira pessoa e que me controlo para não encher a vida dele de palavras. Amar com palavras é muito perigoso. O amor está no silêncio, onde as palavras não se atrevem. Cada palavra é um atentado. E depois, rachaduras nos vasos, crostas de terra, estranhos sulcos, estranhas flores e formas. E depois, um tempo destruído.
Do livro Claricianas (2007)

terça-feira, 22 de setembro de 2009

Lucilene,

Para mim, literatura é a arte em palavras.E diante da força do teu imaginário, da sutileza de tua criação, da engenharia de tua linguagem e do poder que "dás" às palavras, criando fortes sentimentos ao sabor da estética, eu, simplesmente, fico a admirar-te, sem palavras. (frazão)
P.S.: tentei postar no blog, mas o google me impediu. Então segue, aqui, o meu aplauso.

segunda-feira, 21 de setembro de 2009

VERTICAL




Para as mulheres que sofrem, ou sofreram algum tipo de violência doméstica.



Há certo prazer em ouvir o ruído da noite instalando-se aqui dentro. Na parede, as marcas das tardes que vêm morrer na janela. Escondo o corpo na verticalização das tábuas, mas se olhassem pelas fendas laterais, veriam meu possível destino esticado entre as matajuntas. Fendas que eu mesma abri com golpes de mão direita nos dias de grandes batalhas. Homens viviam aqui. “Vá cozinhar farinha de trigo com ovos que amanhã eu vou pescar”. O verbo ir era a parte mais sutil do discurso. A possibilidade de encaixar a palavra liberdade à frase fazia retumbar a minha alma. Não uma liberdade adjetivada e magra, e sim uma liberdade desde todo o existir. Mas não consegui a exata arquitetura dos vocábulos. As construções foram ambíguas e a estética, desajeitada. Prossegui a preparar iscas para os peixes. A medida em que a massa ganhava consistência, via-se o fundo da panela reluzindo. Dava uma vontade de limpar o mundo do horror das gentes ásperas. Achava a vida bonita, mas cheia de gente dura. Gente de ferro que falava alto e dava murros na mesa. Gente que me fazia mastigar, mastigar com a língua e engolir aquela farinácea gosmenta que me estufava as vísceras. Só de pensar, dá uma dor de lado. Estômago e intestinos manchados. Neurônios cristalizados. Conceitos esvaziados. Fui meu próprio inferno. Mas há qualquer coisa de admirável em tudo o que fui. Fui corpo palavra. Modelo intemporal contorcionando frases inarticuláveis. Não eram frases gramaticais, eram pedidos de socorro. Um dia me sacudi das sensações inventadas e das advertências autoritárias. Disse que não tinha medo de viver ou morrer. Mas se vivesse haveria de ser eu com toda a intensidade. Eu menti, porque tinha medo sim. Um medo que horóscopo não resolve. Psicologia não minimiza. Medicina não cura. Um medo caseiro, medo destelhado preso às colunas da casa. Comecei a ler romances. Eles têm muito a recomendar aos que estão em conflitos, aos que vivem entre trapos e trapaças. Sade, Shakespeare, Schopenhauer, Montaigne, Maquiavel, Borges... Queria ser dona de mim. O juiz entendeu, mas não economizou nas perguntas. Eu não falava nada para que minha falta de coragem não transbordasse. Meus batimentos doíam diante de um par de olhos coléricos a observar-me. O pensamento era repetitivo e letal: amanhã morrerei. Sinais queimarão em segredo. Não ficarão pistas. O sangue umedecia o pensamento como uma esponja. Faltava saliva na boca, tinha sede. Não aprendi a técnica de doer menos. Doía até a última célula. Dor sem apoio, sem mureta pra encostar. Dor nos ossos. Cruel como uma confissão antes da morte. Quanto tempo da minha história estaria perdendo naquele tribunal? Quanto tempo vivi com os olhos fechados? Pelo menos a metade da vida. Depois de assinar os papéis saí só pelas ruas da cidade enluarada de insetos. Nunca mais peixes na travessa. Mas o medo continua colado no meu corpo.

domingo, 20 de setembro de 2009

Comentários de amigos

Desculpem a falta de modéstia, mas vou postar aqui o comentário do meu amigo João Ferreira. Um beijo, querido e obrigada pelas palavras de carinho.


De momento, escrevo como amigo, mas também como leitor. Escrevo especialmente para lhe dizer que "a minina está demais"!... Sua escrita está madura, extraordinariamente madura. Olhe. Li as duas últimas criações de seu blogspot "El ciclo de un vocativo" e "Coreografia insisível". Me chamou a atenção a sua sempre habilidosa arte de esrever. Como leitor aplicado e seu fã resolvi escrever-lhe esta cartinha de parabéns e de saudação. Ao lê-la, vejo sua mão suave, cheia de ternura e de amor. Vejo nesses dois textos a maneira habilidosa como mede os horizontes da ternura humana, do amor e também da carência. É notável o nível que dá à ficção e ao movimento da palavra. Tanto em "El ciclo de un vocativo" quanto em "Coreagrafia invisível", o mérito é o mesmo. Habilidade. Maturidade. Pintura psicológica das pessoas incrustadas nos personagens. Fantásticos os embalos em torno de Juan, os sonhos, as insinuações, os desejos, a fantasia, os vôos dos pássaros. Vejo a curvatura da montanha ficar perto da planície. Vejo tua literatura seduzindo. Como arte plástica. Bem torneada. Com tintas bem espalhadas, insinuantes, formais e informais, sedutoras sempre. Psiclógicas, frontais, ora alongadas, ora breves e sintéticas. São tintas, instrumentos literários que dão a soberania da posse. Tua ficção ornou-se maravilhosa. As palavras mostram-se ajustadas ao movimento, ao destino e ao jeito da imaginação da tecedeira. Há um tear visível no movimento das palavras e dos símbolos. O texto nasce como ente mítico com seus momentos reais, visíveis e palpáveis. O tear é a máquina que mistura as linhas e as fixa em linguagem . As palavras criam história. Na intimidade da história movimentam-se personagens. E bem na intimidade dos personagens, há pessoas, sentimentos, emoçlões, falas, sonhos, rituais, movimentos de vida. Todo este cenário, bem pensado e bem executado, seduz.Parabéns, minina esperta. Um beijo grande. João Ferreira.

domingo, 13 de setembro de 2009

COREOGRAFIA INVISÍVEL




Não sei o que pensam os pássaros quando, nas tardes de sábado, dormem sobre os fios de alta tensão. Os pássaros têm sábados frustrados. Todas as coisas que podiam ter sido, não foram. Também não sei o que pensam os homens enquanto dormem os pássaros pelos sábados adentro. Sei que os homens têm insônia e fecham janelas. Instituem a escuridão, apagam as palavras e desintegram-se em longos silêncios. As coisas que poderiam ter sido? Não têm importância. Em qualquer tempo há fios de alta tensão e pernas de mulheres com sangue fervendo. Tantas que chegam a ser ignoradas. Despojos do amor? A desproporção criou homens-deuses vulgares e divinizados. Criou profissionais especialistas em argumentação. Braços em torno do pescoço, bocas de estátuas coladas e música para preencher os vazios. Mas o objeto deste texto é o amor. O sujeito também. Amor em construção. Quatro paredes lentas e penosas do lado de cá do horizonte onde pretendo improvisar ninhos e desprender pássaros do sonho.
O tempo urge, razão pela qual me deito, mesmo, à terra. Todas as coisas se revelam e se negam continuamente. Finjo não perceber. Repouso minha cabeça sobre o seio da ignorância. A metafísica rodeia os meus limites. Há coisas se encontrando também fora de nós. A ficção quer escrever minha história. Que imagem faria? Oh! vida, esse tempo desperdiçado dentro do olhar. Minha única tristeza não é triste. Incongruência? Limpe os olhos que este texto tem a loucura da forma. Plasticidade e linguagem. Os literatos, os eruditos e eu, e nada de concreto. Que sabemos sobre os pássaros frustrados sobre o fio de alta tensão? Somos carentes de amor, sexo e sonhos. Somos carentes de sabedoria. Um dia Deus apareceu homem entre os homens e o crucificaram. Daí meu medo de existir. Daí esse silêncio áspero de Sábado. Meus conflitos me apequenam. Gritos surdos por dentro. Somente as palavras são capazes de secar as lágrimas. Palavras e dedos. Dedos escalavrados pelo tempo percorrendo traços e linhas do meu rosto. Doce ternura para quem partiu todos os espelhos e já não mais se reconhece. Eu que tenho em mim o movimento dos outros, o conhecimento dos outros, o idioma dos outros, a reação dos outros... eu sulcada pelos outros e estrangulada pelas minhas próprias mãos. Só o amor me salva. Só o amor produz essa lentidão sagrada de observar pássaros cheio de vôos. O amor sabe de cor os vôos e os movimentos. Conhece o lugar, o istmo onde os homens choram. Os homens são belos, sobretudo, quando choram. Homem-mar numa ilha de chuva. Uma imagem onde me completo. Não totalmente. Uma mulher satisfeita traz em si um ponto final. Eu tenho vocação para reticências e excessos. Amanheço e todas as bocas se abrem. Famigerada fome de idealismo. Não nos basta a vida?
O pássaro olha com todos os olhos, mas nada avista. Tem os sentidos esquecidos. Esqueceu-se de quem era, de como era... só sabe cantar, cantar. Se respirasse uma idéia, tornar-se-ia gente com todo niilismo inerente. Gente que nega qualquer coisa a qualquer hora. Que nega a palavra, a raça, as idéias.. gente que nega a cruz, a história, a colonização... gente que ignora as tardes de sábado quando discretamente um pássaro voa estabelecendo ligações entre as coisas visíveis e invisíveis.


(Do livro A terceira mulher , 2008)

sábado, 5 de setembro de 2009

El ciclo de un vocativo





He creado a Juan en prosa y en verso. Vocativo de mi soledad. Rima de mi pasión y superlativo de mi deseo. La escritura, la historia, el dibujo. Comencé por el dibujo. Yo quería que mi ficción tuviese una imagen que yo pudiera memorizar y repensar siempre en las mañanas. La primera idea que de Juan tuve fue la de una sombra cruzando una senda. Las piernas largas, cadencia firme al caminar y mucha coherencia. El sería coherente de pie a cabeza, desde el amanecer hasta el crepúsculo. Pero tendría una carencia de afecto no muy común en los hombres. Debería llorar por amor y tener deseos sencillos como levantarse en mitad de la noche para compartir una pizza con una mujer. ¡Qué digo! con una mujer no...Conmigo!!! Porque Juan era mío, todo mío. La idea de inventarlo surgió de mí. Le di la vida y por ello, nada más justo que ser exclusiva en la suya.
A Juan le gustarían las flores, todas las flores. Y él sería romántico para que yo no me sintiera ridícula. Tendría rasgos masculinos, simétricos, para compensar el desorden de mi inspiración. Múltiples facetas convivirían en él, la manera desparpajada de un poeta y la audacia de un intelectual, la inseguridad de un niño y la firmeza de un anciano, la dulce sonrisa y la misteriosa mirada, el discurso seguro y la libertad de decir, ocasionalmente, cosas sin sentido. Le gustaría leer y en las largas tardes de domingos abriría el libro rojo en la página marcada con una rosa seca para leerme poemas de Fernando Pessoa: "Ven a sentarte conmigo, Lydia, en la orilla del río..." y yo, Lidya de todas las horas, me dormiría con las últimas palabras del poema de Ricardo Reis: "Yo nada tendré que sufrir al acordarme de ti. Me serás suave a la memoria recordándote así -a la orilla del río- pagana, triste y con flores en su regazo."
Más allá de su vocación por la poesía, Juan habría de ser amable y caballero. Tendría ideas propias que discordaran conmigo alguna vez y debería ser capaz de decir "no" cuando fuese necesario. Hombre decidido que sabría lo que quiere, hasta dónde ha llegado y hacia dónde va. Un hombre que me sorprendiese con cenas a la luz de las velas y con paseos románticos. Compañero en una noche oscura y consuelo en mis frustraciones. Que no me dejase tan suelta, ni tampoco tan presa. Que de vez en cuando arrojase maíz a las palomas, pan a los peces y que le gustasen los animales.
En mi afán de tenerlo pasé días y noches enteras sin dormir, como una diosa que arrastra sus largas trenzas, con los ojos siempre puestos en la llanura, en el cielo, en el mar y en todas las páginas que me pudiesen ayudar a construir mi hombre ideal. Busqué el corazón de Juan en las olas del mar... y su alma en un ligero pájaro que sólo conoce lo transparente del mundo. Quise un Juan puro, libre y suelto, corriendo por un parque o por el sendero de una estrella. Le di la geografía del mundo entero, pero que me saludase siempre con banderas rodeadas de distancias. Su mejor cualidad? El amor. El debía amarme a pesar del viento que sopla las palabras en otras direcciones; a pesar de las mareas que llevan los buques a otros continentes, y a pesar del tiempo que insiste en enterrar siempre las palabras.
Cuando me fijé en Juan, con flores rojas en sus manos, no tuve dudas en correr y aceptar aquel cuerpo todavía lleno de espacios vacíos. Yo era un barco de verano anclando en un mar azul, trayendo el disfrute y creando situaciones. El mar estaba tranquilo, pacífico y lento como nosotros, pero cantaba en la distancia una lluvia fina que fascinaba nuestras miradas. Nos fuimos descubriendo poco a poco, como se descubre un país visto antes en un mapa. Líneas conocidas en el diseño abrían un horizonte mágico. Aprendimos los caminos de las manos y de las puntas de los dedos. Apuntamos en el mapa las referencias de nuestra identificación, medimos nuestras distancias con la lengua y rompimos todos los silencios con el sonido de nuestras respiraciones. Además, desafiamos todo concepto estético con nuestras coreografías nocturnas y dormimos el sueño de los bienaventurados. Teníamos entonces, el diseño y la historia.
Después de la cumbre de nuestra relación, Juan me saludaba cada vez menos. A menudo, perdí el sueño pensando que él podría estar aterrizando en lunas de otros planetas. Aprendí pronto que no tenía dominio sobre mi creación. Más que eso, perdí la sintonía con mi obra poética. Intenté modificarla, reinventarla, aceptarla ya con otras influencias, contenerla con poderes telepáticos... pero nada. Las noticias me llegaban lentamente, algunas veces ya vencidas. Juan vivía otras pasiones, pasiones silenciosas, contenidas, circunscritas.
En una tarde, enferma, mientras yo trataba de descubrir mi error, mi primer error, sentí los pasos sordos de Juan acercándose. Se movía con inconsistencia. Estaba lejos de ser el mismo. Amor desgobernado por los vientos de las maravillas. Distancias invertidas, direcciones opuestas, ojos que confabulaban palabras cortantes. Yo lo ataqué con la fuerza de una desequilibrada bestia herida, y caí con el cuerpo sangrante. No sé si fue por defensa, compasión o desprecio, sólo sé que Juan me mató, y me dejó flores para decorar mi muerte. Terminé como Lydia "triste, pagana y con flores en su regazo." Se hizo el dibujo, la historia y la escritura.



quarta-feira, 2 de setembro de 2009

Soñando

Este poema foi escrito por um amigo Venezuelano, Fredy Covas, após leitura do meu texto "Do coração de uma mulher".
Muchas gracias, Fredy. Es un honor.


He escuchado de tus manosl
o que un día escribiste sin saber de mí.

Eramos tú y yo nada más.
Arena, aire y cielo,
pero solos tú y yo.

No levantabas tu mirada,
ni yo podía quitarte la mía.
Desnuda escribías mientras yo leía tu pensamiento
y desnuda te veía con maravilloso asombro.

La gasa vaporosa que te envolvíame
dejaba ver,
a pesar de que tu pelo tapaba tu rostro,
tus manos, tus pies,
tu ombligo, tu espalda,
tus piernas, todo tu ser.

Al terminar tu escrito,
te descubrí, aunque ya estabas desnuda.
Y mi mano te ofrecí.
¿Quieres que caminemos desnudos?
¡Claro! dijiste...
Y así anduvimos, silenciosos y riéndonos a trechos.
Te tomé entre mis brazos para hacerme tuyo
sin que otra cosa pudiésemos hacer.
Y fuímos el uno del otro,
como si nos amáramos por culpa de la oscuridad, por haberte leído el pensamiento...
y por ser quien eres...

quinta-feira, 27 de agosto de 2009

LAS HORAS






El llega siempre a las diez y quince, con el mismo silbido tramposo. A las diez y catorce, salgo a la ventana y bajo las escaleras cuando él toca la guitarra en el piso y me hace un movimiento de reverencia. Reímos por la calle como dos perros sin dueño que se contentan con cualquiera sobra. Entonces me dice que pronto el mundo se dará una sacudida, grabará un CD, tendrá amigos influyentes, y así sucesivamente. Yo arqueo las cejas moviendo los ojos, siempre disimulando porque conozco su pesadilla obsesiva de convertirse en celebridad y no quiero causarle un dolor que pudiera despertarle del su sueño. Seguimos nuestro camino con pasos calculados, creamos pretextos para que a las once, en punto, él comience el espectáculo. Él sabe, aunque lo niega, que su destino será tocar en bares, mezclado con el humo de los cigarrillos y con la esperanza tosca que le oprime la garganta como un nudo de amargura. A veces, disimulando la inseguridad, me pregunta si creo en su talento, sabiendo que siempre gritaré a los cuatro rincones del alma, que sí, que sí, que sí. También dice que la vida vale la pena por el hecho de que existo y promete no olvidarme el día en que el mundo reconozca su arte. Independientemente de eso, yo lo aplaudo y le hago mi reverencia. La calle es nuestro escenario. Él sube al tope de una tierra amontonada y ensaya un grito de victoria. Yo contesto como el auditorio imaginado, con un ¡Viva! ¡Bravo! ¡Magnífico! ensayando lo qué pudiese ser peor como muestra de mal gusto. Luego, él toma con su mano la mía y la lleva hacia su pecho, inclinándose para besarla tiernamente. A las diez y cincuenta, me dice que si quiero besarlo, debo aprovechar el momento antes de que le llegue la fama. Y yo lo beso con locura, deslizando mis manos bajo su camisa, escudriñando en su cabello y sintiendo su olor a hierba mojada. Mi lengua empleada en la medida de nuestra distancia es la misma que intenta pronunciar la frase "este peón me encanta… me encanta… me encanta". A las once, llego a casa a escuchar los primeros sonidos de su voz que me despiertan inusuales deseos.

terça-feira, 25 de agosto de 2009

Amigoterapia (Para o Fabrício)







Lora, Fabrício, eu e Maísa.
Um amigo alertou-me de que temos um excesso de emoções entranhadas nos músculos. A princípio pensei se tratar de uma metáfora, dessas que a gente diz com a vaga certeza de justificar a vida. Mas meu amigo não é poeta, tampouco filósofo. Acende um cigarro e olha pra cima, a cabeça povoada de perguntas sem respostas. Diz que vai para Hungria e depois me desenha em palavras aquilo que escapa ao pensamento. Na verdade ele tem uma emoção que brota de dentro e quase o consome. Eu só não sabia que podiam estar amalgamadas aos músculos... Custa-me imaginar os músculos como lugar eleito para se guardar emoções. Guardar não, incrustar, porque acabam ressequidas, transformadas em fósseis de si mesmas. Daí, a dificuldade para se livrar delas. Bem, vou morrer com essa incompreensão, mas pelo menos suponho saber porque dói meu corpo quando chega o inverno. Uma abstração se materializa na carne e com o frio, dói. Há muita coisa no mundo que me escapa. A natureza tem tantos enigmas. Nem mesmo uma dissecação do corpo poderia revelar os fenômenos da complexidade humana. Na verdade, nem sei se este “eu” que aqui escreve existe de fato ou é apenas um conceito estético e falso que criei para me entregar aos sonhos sem a obrigação de torná-los nítidos e deixar-me seguir pelas cadências das sensações. Mas e se for o contrário? É possível que a única coisa concreta em mim seja esse “eu” que escreve. As frases literárias têm uma individualidade absolutamente humana, ganham alma, força e visibilidade. Daí que me habituei a sentir o falso como verdadeiro, o descrito como o algo que vi, e assim por diante. Perde-se a distinção humana do real e do irreal. Mas essas estratégias não são comuns apenas a quem escreve. Quem pinta, canta, poda árvores... todos aprendem desde cedo a negar a realidade e tomar por real as coisas que não são. As meninas, por exemplo, sabem que a boneca não é real, mas a trata como real, baseadas numa visão verdade das coisas. Bendita intuição infantil que permite à criança gerenciar o pequeno universo que criou sem levar em conta as convenções criadas pelos adultos. É na infância que aprendemos a manipular os dados reais e os não-reais até confundirmos o que somos com o que não somos. Depois disso, nossa postura será o reflexo da nossa interpretação da vida. Apesar das peculiaridades, somos todos muito parecidos. Cheios de sonhos, cheios de truques. Amamos a fantasia. Idealizamos o outro, fazemos dele o ornamento da nossa emoção e a colocamos onde queremos. Quero dizer, na ânsia de viver, na sede de gozar, acabamos vítimas de nossas próprias circunstâncias. É mesmo assim? Eu teria de fazer algumas aulas sobre psicanálise para escrever esta crônica. E o inverno anda ameaçando as noites longas. Sabemos que irá doer. Eu e o meu amigo. As emoções irão salientar a geografia do corpo por baixo da pele e chegará ao umbigo da nossa orfandade. Ouviremos que a angústia é um constructo do homem, que a solidão é um constructo do homem, desse homem artefato submetido a um sujeito também artefato cheio de angústias e rancores entranhados nos músculos. Temos culpa de termos nascido num tempo apocalíptico e visceral? Um tempo que desconstrói nosso longo parênteses de ilusão e nos coloca sobre uma linha sísmica onde vida e morte se confundem, exterior e interior se irmanam gerando essa insegurança e essa intensidade emocional de que tudo está por um fio. E não há nada a fazer, a não ser lembrarmos de que somos apenas fiapos visitados por esses mistérios que vez por outra iluminam nossas idéias despedaçadas. E, enquanto meu amigo fuma para afugentar os pensamentos, escrevo pra não ver dilaceradas as minhas vísceras.

terça-feira, 11 de agosto de 2009

BIOGRAFIA DE AMORES - texto II

Nos encontramos num bar em Paris. Chovia fino nos telhados vermelhos dos prédios antigos, que deviam estar há muitos metros da nossa cabeça. O silêncio dessa distância devorava as palavras antes que elas fossem ditas. Ele lia um jornal. Eu lia as palavras que foram escritas nas paredes, muitos anos antes d’eu nascer. Palavras voláteis, alheias, despencando no tempo de uma saudade. O bar ficara grande, como se houvesse apenas nós dois. Sem violinos, sem cítaras, sem um cantor a debulhar palavras amenas. No ar, somente sílabas soltas em língua que eu não conheço. Tive vontade de me aproximar. Entabular uma prosa de aromas e paladares, falar das pequenas cidades de nomes desconhecidos e descobrir qualquer coisa em comum entre os nossos mundos. Talvez ele fosse um artista. Talvez soubesse desenhar e fizesse alguns desenhos em papel de embrulho e me presenteasse dizendo algo inteligente, excessivamente inesperado, como sonham as mulheres que ousaram explorar Paris, sozinhas. Possivelmente eu também ousaria inventar uma caligrafia redonda e escreveria algo romântico como espera um homem que lê jornal num bar parisiense.
Mas ele seguia indiferente a tudo, inclusive a meus pensamentos furtivos. Sequer percebeu que os homens que lêem despertam a minha cobiça. Mais que isso, despertam pensamentos corrosivos e persistentes. Olhei firmemente, ele abaixou o jornal e seguiu como se estivesse lendo, mas a posição em que se colocou resvalava em uma dúvida. O corpo sempre fala mais alto. O corpo grita. Seus cabelos fartos e cachecol jogado aos ombros revelavam um homem inteligente. Homens inteligentes têm uma elegância despojada. Algo quase natural, quase inato. E essa distância entre o ser e o não-ser é que os tornam irresistíveis. Daí que não desgrudei os olhos dele e passei a estudar uma estratégia de aproximação. Mas não tenho proficiência nisso. É uma linguagem que manipulo muito mal.
Aproximei-me a passos lentos para que ele tivesse tempo hábil de se preparar. Correr, se quisesse, virar de costas, abaixar as vistas. Mas ele manteve o olhar fixo em qualquer ponto detrás de mim. O que lhe proporcionava uma visão ampla, que ia se afunilando em meu rosto, à medida que eu me acercava. O silêncio me constrangeu, mas não havia tempo para desistir. Como uma mulher tímida, feito eu, se arrisca em investidas tão ousadas? Risquei o muro do constrangimento com um “conhece um café onde se pode ouvir músicas francesas?” Ele me estendeu um olhar discretamente desconfiado e perguntou: “veio da Ucrânia?”
Minha língua poderia até ser confundida com o espanhol, minhas atitudes cheias de gestos poderiam lembrar o italiano, mas o russo? Decepcionada, só consegui negar com a cabeça e engolir meu sotaque brasileiro, ressuscitado num passado verde entre campos e vacarias fortemente vincados em minha memória.
Não habituada a ser tratada com indiferença, espreitei meu olhar para fora do bar, e marchei em seguida. Mas não houve tempo para que eu me decidisse entrar em qualquer outro local, nem mesmo para me esconder da chuva fria, pois senti uma mão masculina me tocar. Aturdida, encenei também meu gesto de indiferença. Segui muda por uma alameda que eu já conhecia de filmes e cartões postais, mas a paisagem não mais importava. Importava que ele seguia ao meu lado. Espreitávamos para fora como quem olha para dentro. Eu tinha medo de pronunciar qualquer palavra e ele não entender. Medo de alterar a cena, de afastar aquela sintonia surda que estava nos encaminhando para uma catarse parisiense.
Entramos em uma barca que descia o rio Sena. Parecia armação de filme francês. Uma música, um lugar, duas pessoas e nenhum diálogo. Sentamos em um canto discreto. O lustre antigo movimentava-se sobre a mesa. Não sabia o que dizer, o que sentir. Minha cabeça era uma fábrica de idéias inconclusas. Mas no exato momento em que eu ia pronunciar a primeira palavra, ele precipitou a mão vagarosamente sobre a mesa como se estivesse procurando um lugar no mapa do meu corpo e já soubesse que a fronteira era a ponta dos dedos. Ficamos os dois olhando para o que ele ia fazendo. Meus dedos foram abrindo-se ao toque dos dele e vagarosamente se cruzando, amalgamando-se como velhos conhecidos. Nossas mãos brancas incorporavam nossa nudez antecipada. Nossas respirações se aceleravam, inspirações longas que chegavam a embaraçar. Parece que ele sabia do meu pesadelo obsessivo por mãos de homem. Principalmente as bem feitas, marcadas por veias nervosas e azuis. Percebi que as pessoas presentes nos observavam. Perfazíamos uma imagem que chamava a atenção. Uma imagem tão bonita que merecia ser eternizada nas antigas porcelanas francesas.
Depois de todos os beijos, ele perguntou meu nome, minha nacionalidade, meus sonhos...e segue perguntando se não quero conhecer a Ucrânia.


Lucilene Machado

sábado, 8 de agosto de 2009

Dia dos pais

Para todos os pais, especialmente ao meu, essa crônica de Arthur da Távola, me enviada hoje pela amiga Fernanda Guimarães.


Um Filho Rapagão a Dormir
Artur da Távola

Lembro-me de repente de um instante no passado: um de meus filhos, então rapaz, a dormir no sofá da sala, o livro caído a seu lado. Em um filho jovem, mesmo um latagão, a dormir, aflora a criança desvalida e fraca. Some a expressão dos olhos, os significados da voz de machinho, descansam os músculos faciais que definem os traços representativos dos disfarces e defesas que inventamos para sobreviver. Um rosto de jovem, deitado e de olhos fechados, faz cessar por instantes as intensidades e discordâncias daquele novo ser pulsátil, cheio de idéias, atitudes, pontos de vista, competições, raiva, até, da dependência de tantos anos aos pais. Há um breve retorno à desproteção da infância, que renova no pai uma forma poética e emocionada de apego aos filhos. Raras vezes nos é permitido reter a infância dos filhos, esvaída na ânsia de descobertas e justas independências, quando eles "ajovecem". Ao contemplá-los assim, fortes mas vulneráveis, dentro de nós latejam misteriosas intensidades. Somos pedaços de complexidade ganindo ânsias de harmonia e integração. Dentro de nós lavra um afã constante, preparação do vir-a-ser. É a evolução, inevitável. Somos um esforço sem trégua para alcançar um "adiante" que engendrará novas disposições de avanço na direção do não se sabe. Somos pedaços de cansaço feliz por buscar o que, alcançado, transforma-se em plataforma de novos embarques. Somos um lindo e conturbado espetáculo de luta e jardim. Somos a natureza no esforço de existir e propagar a espécie. Somos a expressão dolorosa da ânsia de existir. Assim somos. A/penas. E vemo-nos como tal no filho rapagão a dormir. Por isso, quando de olhos abertos, falando, pregando, querendo, clamando, postulando ou dizendo, somos um cansaço em andamento; somos o nosso doloroso miolo, busca constante de transcendência, transparência e harmonia, ideais da divindade que mora em nós, incompleta, sempre em andamento, em busca da transformação, como o universo. Mas ver o filho a dormir ali, jovem, descuidado, grandalhão, é encontrar a criança que nele mora. E é ser pai de novo. Por certo quem me lê já viveu essa emocionada alegria antecipatória de saudades que se aproximam.