sábado, 5 de dezembro de 2009

Calabria queda aquí

Compré un vino en una de esas ferias donde los italianos negocian sus productos. La calle es angosta y está detrás de un conocido viaducto de San Pablo. Un área que recuerda a Italia. No sé si por la arquitectura o por el acento de las señoras simpáticas ofreciendo bocadillos. El ruido de las conversaciones paralelas me impidió escuchar correctamente el precio de la botella. Pagué de menos y salí. Casi al final de la feria, en un puesto de artesanías, fui informada de que debería volver y pagar lo que faltaba.
No voy a mentir, volví con rabia. Miré al italiano con mi boca llena de palabras. Era como si él hubiese cometido un acto injusto. Sin embargo su mirada llena de ternura me silenció. Esperé a que él se pronunciase. Y confieso que, minutos después, estábamos probando vino con castañas y dando carcajadas altas como auténticos italianos. Hablamos mucho. Penetré con él en lo profundo de un país que pendía de la pared. Me presentó su Calabria, una región que parecía querer caerse del mapa. Tal vez hubiese caído ya y él no se había dado cuenta. Hay tantas cosas que el tiempo transforma sin contar con nuestra complicidad. La idea de la Calabria primitiva y prosaica parece ser una ficción. Puede estar en las páginas de la historia, pero socialmente no existe más. No del modo como él idealiza. Que me perdonase la insensatez, pero Calabria está más allá de Italia. O tal vez yo debería decir: está más acá de Italia. Calabria está aquí mismo en San Pablo. Hay lugares que se desprenden de su geografía y atraviesan continentes, atraviesan el tiempo, atraviesan nuestros sentimientos y se adhieren a nuestra alma. La condición humana es sorprendente. ¿Quieren algo más primario que una feria donde se vende harina de trigo a granel? ¿Quieren una sociedad más solidaria que aquella en que sus miembros se protegen unos a otros, además de ser capaces de interceptar a una desconocida que pagó menos por una botella de vino? Yo, si fuera italiana, sería feliz aquí.
Aunque San Pablo sea un estado moderno con cuarenta millones de habitantes conserva resquicios rudimentarios, lo que contribuye también para preservar los sueños de señores nostalgiosos que se resisten a cambiar el carácter de lo que les fue imputado como herencia: el deseo de volver a la tierra de sus padres, abuelos, tíos y toda una parentela que ya no existe más. El deseo de volver a un lugar donde nunca estuvieron y que solo conocen por fotos y postales. Viven aquí como si fuesen extranjeros, sin darse cuenta de que también lo serían allá.
Mi nuevo amigo reza y hace promesas para volver. ¿Volver adónde? ¿A Calabria, o al pasado? Palabras porosas. Mirada porosa. Piel imantada de sueños. Calabria es el pretérito hacia donde él vuela en busca de lazos y raíces porque no se encuentra a sí mismo en el tiempo presente. Él me observa con su mirar espléndido y me habla como si fuera yo un libro capaz de registrar toda su emoción. Escucho quieta. ¿Qué podría yo decir? La verdad, yo sería capaz sólo de decir que su alma nunca vivió aquí, que siempre estuvo prendida a un punto del mapa llamado Calabria.
Lucilene Machado

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